
Rosa Pérez Lema fue, como la definían sus amigos de la infancia, una mujer adelantada a su época. Modelo de alta costura, especialista de circo, actriz, doble de cine, rejoneadora y, en sus últimos años, mendigo anónima.
Rosa Pérez Lerma (1937-1990) tuvo muchos nombres a lo largo de su carrera artística (Rosalind O’Hara, Rosita Lerma…) y, sin embargo, murió sin ninguna identificación que la relacionase con su figura.
Nacida, por casualidad, en Santa María del Páramo (León), donde sus padres habían llegado unos meses antes para trabajar en un pequeño circo. No en vano, sus progenitores eran unos especialistas circenses que, bajo el nombre artístico de «Los Henry» realizaban acrobacias con perchas.
Las penurias asociadas a la guerra no perdonaban tampoco al mundo de la farándula y el pequeño circo tuvo que cerrar. Así, en 1937 la familia Pérez Lema hace las maletas de nuevo para asentarse en Lugo, donde pasarán un par de meses.

Posteriormente y durante un tiempo, la familia se refugia en la localidad coruñesa de Corcubión, de donde era natural la madre de Rosa. Aunque sus padres seguirán la vida itinerante del circo, la pequeña Rosa permanecerá hasta los años 50 en Corcubión, bajo el cuidado de su abuela y una de sus tías.
En una fecha indeterminada de principios de la década de los 50, Rosa vuelve a reunirse con sus padres en Valencia; ciudad conocida en aquellos tiempos por ser zona de descanso de los circos. Durante estos años, una jovencísima Rosa inicia su vida profesional en el espectáculo familiar y en una pequeña compañía de teatro itinerante. En esta época Rosa también trabajará como modelo de alta costura y, en su tiempo libre, comienza a prepararse como rejoneadora.
En 1955, la incipiente artista decide inscribirse en un concurso organizado por la revista Radiocinema para descubrir nuevas estrellas de cine. Rosa, que compitió bajo el pseudónimo de Rosalind O’Hara, consigue terminar en segunda posición y su carrera profesional sigue desarrollándose. Ya como actriz profesional, trabajará en la compañía Lope de Vega (de José Tamayo), protagonizando obras como La vida es sueño, con Paco Rabal. Rosa Pérez Lema consigue, además, su primer papel de cine. Corría el año 1960 y la joven aparece en el film «Ursus».
Pero aunque el mundo de los focos, el champán y el glamour hollywoodense eran muy atractivos para Rosa, su verdadera pasión fue siempre el rejoneo. Tras afiliarse al sindicato taurino y volver a cambiar su nombre profesional (ahora es conocida como Rosita Lerma), en 1960 debuta, en Segovia, como rejoneadora. Entre 1960 y finales de 1961 su vida se centrará, casi en exclusiva, en el arte del toreo a caballo. Entre otros, trabaja con Francisco Mancebo, quien guarda un grato recuerdo de ella: Rosa se negaba a montar los mejores caballos en los espectáculos, dejándoselos a Mancebo (su maestro) y conformándose ella con las monturas más difíciles.

En su mejor época como rejoneadora, Rosita Lerma comparte cartel con El Cordobés y sale a hombros de las plazas. En el otoño de 1961, en Almería, se retira oficialmente como rejoneadora e intenta ser torera, una profesión vetada a las mujeres
En 1970, y ya siendo madre de dos hijas, Rosa contrae matrimonio y empieza su muerte en vida. Rosalind y Rosita pasan a ser borrosos recuerdos del pasado, apenas recuperados por momentos. Como cuando, en 1971, Rosa fue contratada como doble de Brigitte Bardot para las escenas peligrosas a caballo de la película «Las Petroleras». Carlos Montoya, quien también trabajaba como especialista de cine en ese film, recuerda que las habilidades de Rosa como amazona eran tales que no sólo actuó como doble de Bardot, sino que también apareció en infinidad de escenas de la película, siempre como extra a caballo.
Instalada definitivamente en Madrid y con su nuevo rol de ama de casa, Rosa vive un verdadero infierno. Malvive pasando muchas penurias, pues su marido (el único que trabajaba en ese núcleo familiar) gasta el jornal en turbios asuntos y Rosa cae en el alcoholismo. En julio de 1985 la familia es desahuciada. Para evitarles una vida de mendicidad y pobreza, decide mandar a sus cuatro hijos a Valencia, con sus padres.
La suerte de Rosa, sin embargo, será peor. Vivirá como una sin techo hasta su muerte, en 1990. Durante cinco duros años Rosa intenta buscarse la vida como puede, duerme en cualquier esquina y mendiga algunas pocas monedas. Pese a todos los reveses que le ha dado la vida, Rosa mantiene el porte y los modales de una estrella de cine.

Algunos actores, productores o guionistas, amigos del pasado, se sorprenden al verla por las calles de Madrid. Carlos Montoya (ex-especialista de cine), por aquella época, trabajaba vendiendo claveles cerca de Callao. Una mujer delgada, elegante, se acercaba muchas tardes para pedirle los claveles que Montoya iba a tirar. Tras su muerte, el ex-especialista supo que aquella era Rosa; la mujer capaz de hacerse pasar por Briggitte Bardot en las escenas más arriesgadas. «Conocí a dos Rosas, la del cine y la mendigo«.
El 5 de febrero de 1990, una sin techo de unos 50 años de edad, enferma de tuberculosis, cae en las escaleras del metro Callao (Madrid) y, horas después, fallece. La mujer aparece indocumentada, por lo que es enterrada en un nicho en el cementerio de Carabanchel. La única manera de identificar su cuerpo es el número 112 que distingue las tumbas del camposanto.
La suerte, esa suerte que le fue tan esquiva en vida, quiere que unos reporteros de Televisión Española se fijen en aquella pequeña reseña sobre la muerte de la mendigo sin nombre. En una laboriosa tarea, que fue recompensada con un premio Ondas y la nominación a los Grammy, estos periodistas consiguen reconstruir la vida de Rosa Pérez Lema.

El documental, comercializado bajo el nombre de «El caso 112», sirvió no sólo para conocer la vida de Rosa sino que, también, para que sus hijos pudiesen despedirse de su madre. Ajenos a su desgracia, la familia, en algún momento de la primavera de 1990, quiso recuperar el contacto con Rosa para sacarla de la mendicidad y traerla de vuelta a Valencia. Pero llegaron tarde.
Quizá el momento más emotivo del documental se produce cuando una de las hijas de Rosa saca de su bolso un pintalabios y, en el nicho blanco, tan sólo rubricado por ese número 112, escribe, a mano, el nombre de su madre y un pequeño epitafio.
La mujer muerta sin nombre, el cuerpo 112 es Rosalind O’Hara (actriz, modelo, especialista de circo), Rosita Lerma (rejoneadora y torera) y, ante todo, Rosa Pérez Lema.